jueves, 8 de marzo de 2012






Robert Owen Percusor de la administración




Robert Owen es estudiado hoy como por los historiadores del socialismo bajo la etiqueta de “socialista utópico”. Esto hace que identifiquemos las fábricas de New Lannark con los experimentos que llevó a cabo en su intento de establecer una nueva sociedad basada en el ideal cooperativo, como New Harmony. En este trabajo se defiende que se trata de dos experiencias muy diferentes. New Harmony fue un fracaso cuya explicación interesa a los historiadores del socialismo. En cambio, New Lannark fue un hito en la organización racional del trabajo, precisamente por su éxito también desde el punto de vista empresarial, y no solo filantrópico. La organización del trabajo puesta en práctica por Owen debido a su experiencia empresarial, merece un estudio desde el punto de vista de la historia empresarial, y la biografía de Owen hasta 1812 es la de un empresario destacado de la Revolución Industrial.
Los socialistas utópicos defienden la cooperativa como  instrumento de reforma moral y política, debido a sus ideales socialistas basados en la perfectibilidad del ser humano mediante la educación y la mejora de su entorno. Consideran que la cooperativa es la mejor forma de organización de la unidad productiva, porque dentro de ella el incentivo para el trabajo es mayor que el mero salario. Esta organización eficiente de la producción nos llevará a la abundancia, lo que a su vez facilitará esa reforma moral que pretenden. Pero hasta que llegue esa abundancia, son precisamente los socialistas, marxistas o utópicos, los que comprenden que lo más importante del sistema económico y social que está surgiendo de la Revolución Industrial está en las relaciones laborales dentro de la fábrica. Los teóricos de la gestión de recursos humanos que hoy estudiamos, a partir de Taylor, son más de un siglo posteriores; y los economistas hace tan sólo unas décadas que se ocupan del tema.
         Los marxistas, una vez sentado su objetivo revolucionario, se ocupan de las relaciones laborales para mostrar la explotación de los trabajadores por los capitalistas.[2] Hasta después de la Revolución rusa de 1917 no caerán en la cuenta de que el problema de los incentivos para hacer más productivos a los trabajadores no desaparece con el triunfo de la revolución política. Los socialistas utópicos, en cambio, al pensar en unidades productivas más pequeñas, se ocupan continuamente de cómo deben organizarse de la forma más eficiente. Al no ser radicales en su enfrentamiento con las clases pudientes, apelan a sus sentimientos humanitarios; pero también a sus intereses, porque están convencidos de que sus propuestas no sólo traerán la felicidad, sino que son plenamente rentables. Esta falta de compromiso con la lucha de clases sacaba de quicio a Marx, que los anatemiza en elManifiesto Comunista; eso es en 1848, casi medio siglo después de que Robert Owen haya gestionado con éxito sus empresas.  Pero el fracaso de la economía soviética, precisamente en la organización de la producción, nos dice bien claro que mejor hubieran hecho los revolucionarios en atender a las explicaciones de los cooperativistas, y especialmente a los métodos realmente empleados por Owenantes de defender las cooperativas como forma eficiente de organización de la producción.
El joven Owen, un empresario triunfador
Robert Owen nació en Newtown, en Gales, en 1771. Era un pueblo de unos mil habitantes, centro de comercio de una comarca rural. Su padre tenía un negocio de guarnicionería y ferretería. En la escuela del pueblo aprendió lo básico, pero tenía acceso a las bibliotecas de la gente ilustrada del pueblo, y solía leer una novela cada día. Con nueve años dejó la escuela, en la que destacaba tanto como para que el maestro le tomase, desde los siete años, como ayudante para enseñar a leer, escribir y la aritmética a los demás niños. Entró a trabajar de aprendiz en una de las tiendas importantes del pueblo, trabajando todos los días pero viviendo con sus padres. Pero nuestro chaval quería ver mundo, y con diez años sus padres le enviaron a Londres, donde uno de sus hermanos estaba bien establecido en el mismo oficio que había aprendido de su padre. Con recomendaciones familiares consiguió trabajo de aprendiz en Stamford, una "ciudad de provincias", ciento sesenta kilómetros al norte de Londres en la ruta hacia Manchester y Escocia. En su Autobiografía, Owen siempre da los detalles comerciales, técnicos, salarios, todo detallado de la manera que llama la atención del intelectual, pero que no sorprendería a ninguno de sus colegas en los negocios.  (Resulta notable que los escritos políticos de Owen sean repetitivos y bien poco atractivos, y sin embargo su Autobiografía, escrita como cualquier autobiografía de un hombre de negocios triunfador y en un lenguaje nada grandilocuente y siempre llena de datos, sea el único de sus libros atractivo y agradable de leer). Su contrato era por tres años; el primero sin paga, el segundo con un salario anual de 8 libras, y 10 libras el tercero. Todo ello con alojamiento, comida y lavado de ropa en la casa. ("Desde entonces, con diez años, nunca más necesité dinero de mis padres", nos dice Owen). El empresario, James McGuffon, era un comerciante reputado, hecho a sí mismo, que trató al chaval como uno más de la familia, y su biblioteca permitió a Owen seguir leyendo. Pero nos interesa lo que empieza a ser una formación empresarial práctica. "El señor McGuffon me introdujo cuidadosamente en la rutina de los negocios, me enseñó sus detalles, hasta acostumbrarme al orden y a la precisión. El negocio funcionaba de acuerdo a un sistema bien diseñado, con resultados muy rentables" (p. 17). Era un comercio textil de importancia, sobre todo de ropa de lujo para mujer, y muchos de los clientes eran de la más alta nobleza. Owen destaca por igual dos cosas que aprendió: las maneras de aquella gente, y el trato cuidadoso con las mercancías finas y delicadas.
Pasados los tres años, nuestro adolescente seguía queriendo ver mundo, y eso significaba Londres, Londres, Londres. Con las recomendaciones de McGuffon entró a trabajar en una gran tienda de tejidos de Londres, "Flint and Palmer", en London Bridge. Tenía comida y alojamiento en la casa, "y un salario de 25 libras anuales, y me consideré a mí mismo rico e independiente" (p. 25). Pero los clientes eran muy diferentes, muchos de clase inferior; y recibían un trato impersonal, sin coba ni regateo en el precio. En la temporada de más actividad, la tienda permanecía abierta desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche, los empleados tenían que madrugar bastante más para llegar vestidos y peinados de forma impecable. Comían algo rápidamente y por turnos, y luego se quedaban ordenando el género, ya sin los clientes en el establecimiento, hasta las dos de la mañana. Demasiado, aunque fuera en Londres. Owen utilizó sus recomendaciones y consiguió trabajo en un comercio importante de Manchester, con un salario, además del alojamiento, de 40 libras anuales, que ya era dinero. Las condiciones de trabajo eran buenas, los empleados solían ser de buena familia, y Owen trabajó allí hasta los 18 años.
New Lanark bajo la dirección de Robert Owen
         En New Lanark Owen no solo se propone llevar a cabo una buena gestión empresarial, sino un experimento social. Eso dice en su Autobiografía, escrita en 1857. Pero lo cierto es que hasta 1812 Owen no tiene nada que ver con la política, piensa y siente como un industrial y lo único que le preocupa de los círculos intelectuales y distinguidos es cómo consolidar en ellos su posición social a pesar de su acento galés y su escasa educación formal. Así que analicemos su trabajo en New Lanark, sin preocuparnos de si lo hacía como empresario o como filántropo. De lo que no cabe duda es de que lo hacía bien como empresario: el establecimiento aumento su valor y no dejó de producir importantes beneficios, además de proporcionarle a él uno de los salarios más altos de la época (García Ruiz, 1994, pp. 28-29).
         Owen y sus contemporáneos describen el pueblo industrial de New Lanark como la antítesis de una población adecuada para la industria: la depravación moral que todos señalan se traduce, en lenguaje actual de gestión de personal, en alcoholismo,  delincuencia (que incluye sobre todo robos en las fábricas), absentismo, nula motivación y escasa productividad. No cabía esperar otra cosa, a pesar de que David Dale tenía sin duda mucho mejor corazón que la mayoría de sus colegas industriales. Especialmente sobrecogedoras, sea cual sea su resultado en la productividad, son las condiciones de trabajo de los niños. Los empresarios de las fábricas eran responsables de su comida, vestimenta, alojamiento y educación, pero bien pocos lo hacían en condiciones humanas. Los niños, en consecuencia, apenas crecían y estaban pálidos y con deformaciones físicas, y casi siempre analfabetos. No existía ninguna seguridad física en el trabajo, y muchos niños resultaban muertos o heridos en accidentes de laborales. New Lanark era, antes de llegar Owen, un establecimiento mucho más humanitario de lo normal, en cuanto a alimentación, alojamiento y escolarización; aún así, resulta, para un lector moderno, aterrador tan solo imaginarlo. En cuanto a la escolarización, en 1796, David Dale informaba al Manchester Board of Health que, de los 500 niños, 80 sabían leer, 24 de ellos lo suficientemente bien como para no necesitar más escolarización. 
New Lanark es el paradigma de la dislocación que supuso para la sociedad británica la Revolución Industrial. Era un pueblo completamente nuevo, de más de dos mil habitantes.  Owen llama ciudad ("market town") a su Newtown natal, de unos mil habitantes; pero todos llaman pueblo, "village", a New Lanark. De los 2.000 trabajadores, 500 eran niños, reclutados generalmente de orfanatos (workhouses) de Edimburgo y Glasgow, porque los trabajadores eran reacios a permitir que sus hijos trabajasen en las fábricas. Los niños eran adecuados para ese trabajo, no solo por su bajo coste, sino porque su pequeño tamaño les permitía introducirse en los entresijos de las máquinas para recoger el algodón que iba cayendo o revisar posibles averías. Todo esto se hacía continuamente, mientras las máquinas estaban funcionando.  La mayoría de los obreros procedían de remotas aldeas en las Highlands de Escocia, y ni siquiera habían visto nunca un edificio de varias plantas, como el que albergaba el impresionante ingenio que con una gran rueda movida por el agua en el sótano, distribuía a las diferentes plantas la energía para que funcionasen los telares. [Figura nº 1.-  Dibujo del edificio principal y el mecanismo de utilización de la fuerza motriz del agua, en New Lanark.] [Figura nº 2.-  Las fábricas de algodón de New Lanark, según una ilustración de la época.]  Los niños eran la verdadera mano de obra de las fábricas. Empezaban a trabajar a los cinco o seis años, con una jornada de trabajo de hasta catorce o incluso dieciséis horas, y a los poco años su palidez y malformaciones físicas eran inevitables. No es de extrañar que fuera precisamente en este terreno donde confluyeran el Owen industrial y el Owen reformador social, en un sentimiento compartido por muchos de las clases acomodadas. Las críticas a la religión, a la familia, y a la propiedad privada, alejaron después a Owen del respeto de los bienpensantes. Pero en la primera década del siglo XIX, su nombre significaba todo menos socialismo utópico: conjugaba los sentimientos humanitarios de buena parte de la clase acomodada e ilustrada ("la fábrica llegó a representar para la conciencia puritana la imagen perfecta del infierno", nos dice García Ruiz, 1994, p. 29, citando a Mantoux) con la evidencia contrastada en New Lanark de que unas condiciones de trabajo mejores no disminuían sino aumentaban la rentabilidad de las grandes fábricas. Conviene recordar aquí que Richard Arkwright, el coloso empresarial del mismo momento y sector que Owen, y al que no conocemos intereses distintos que los empresariales, nunca permitió que sus trabajadores excedieran las doce horas de jornada diaria, cuando en la mayoría de las fábricas esta jornada era de catorce horas o más (George, p. 56).


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